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El comportamiento coherente

    Si pudiéramos pensar, sentir y actuar en la misma dirección; si lo que hacemos no nos creara contradicción con lo que sentimos diríamos que nuestra vida tiene coherencia. Seríamos confiables ante nosotros mismos, aunque no necesariamente confiables para nuestro medio inmediato. Deberíamos lograr esa misma coherencia en la relación con otros, tratando a los demás como quisiéramos ser tratados. Sabemos que puede existir una especie de coherencia destructiva como observamos en los racistas, los explotadores, los fanáticos y los violentos, pero está clara su incoherencia en la relación porque tratan a otros de un modo muy distinto al que desean para sí mismos.

    Esa unidad de pensamiento, sentimiento y acción; esa unidad en el trato que se pide con el trato que se dá, son ideales que no se realizan en la vida diaria. Este es el punto. Se trata de un ajuste de conducta a esas propuestas; se trata de valores que tomados con seriedad direccionan la vida, independientemente de las dificultades que se enfrenten para realizarlos. Acostumbrados como estamos a ver las cosas, no estáticamente sino en dinámica, debemos comprender como un planteo que debe ir ganando terreno a medida que pase el tiempo. Aquí sí valen las intenciones aunque las acciones no coincidan al comienzo con ellas, sobre todo si aquellas acciones son sostenidas, perfeccionadas y ampliadas. Esas imágenes de lo que se desea lograr son referencias firmes que dan dirección en toda situación. Y esto que decimos no es tan complicado. No nos sorprende, por ejemplo, que una persona oriente su vida para lograr una fortuna, sin embargo esa persona puede saber por anticipado que no lo logrará. De todas maneras, su ideal la impulsa aunque no tenga resultados relevantes. Por qué entonces, no se puede entender que aunque la época sea adversa a pensar, sentir y actuar en la misma dirección, esos ideales de vida pueden dar dirección a las acciones humanas?

Las dos propuestas

    Pensar, sentir y actuar en la misma dirección, y tratar a los demás como uno desea ser tratado, son dos propuestas tan sencillas que pueden ser entendidas como simples ingenuidades por gente habituada a las complicaciones. Sin embargo, tras esa aparente candidez hay una nueva escala de valores en cuyo punto más alto se pone la coherencia; una nueva moral para la que no es indiferente cualquier tipo de acción; una nueva aspiración que implica ser consecuentes en el esfuerzo de dar dirección a los acontecimientos humanos. Tras esa aparente candidez se apuesta por el sentido de la vida personal y social que será verdaderamente evolutivo o marchará a la desintegración. No podemos ya confiar en que viejos valores den cohesión a las personas en un tejido social que día a día se deteriora por la desconfianza, el aislamiento y el individualismo crecientes. La antigua solidaridad entre los miembros de clases, asociaciones, instituciones y grupos va siendo reemplazada por la competencia salvaje a la que no escapa la pareja ni la hermandad familiar. En este proceso de demolición no se elevará una nueva solidaridad en base a ideas y comportamientos de un mundo que se fue, sino gracias a la necesidad concreta de cada uno por direccionar su vida, para lo cual tendrá que modificar a su propio medio. Esa modificación, si es verdadera y profunda, no puede ponerse en marcha por imposiciones, por leyes externas o por fanatismos de cualquier tipo sino por el poder de la opinión y del intercambio directo de puntos de vista entre las personas que forman parte del medio en que uno vive.

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